Medición o evaluación
Estamos inmersos en una época en la que parece que para realizar una buena gestión necesitamos mantener un control absoluto sobre todo aquello que sucede a nuestro alrededor. Y, por eso, las medidas se antojan más efectivas y válidas que las evaluaciones. En los modelos de gestión actuales, la obsesión por medir está mermando la capacidad de evaluación. ¿Medición o evaluación?
Medición o evaluación: ¿qué priorizamos?
No todo se puede medir, pero todo se puede evaluar. Sin embargo, la facilidad para obtener y manejar datos está dejando en segundo plano la evaluación, que es una de las tareas más importantes que debemos realizar. Y es que las evaluaciones se basan en juicios de valor y las medidas (los datos) son una “verdad verdadera”.
La cuestión es que estamos llegando a un punto en el que la obsesión por las mediciones provoca situaciones peligrosas, incluso ridículas. Damos una importancia excesiva a los resultados y buscamos eliminar los inconvenientes relacionados con la subjetividad que se deriva de un proceso de evaluación.
En otras ocasiones tratamos de relegar la incertidumbre, como si eso se pudiese hacer, mediante el uso de fórmulas impresionantes en un intento de sustituir la incertidumbre por complejidad. Fórmulas que tratan de tener en cuenta todos los aspectos que puedan influir en el desarrollo de una situación y que precisan de una cantidad ingente de mediciones , y en muchos casos incluso de estimaciones como si éstas no fuesen inciertas. Parece que nos sentimos más cómodos con datos obtenidos tras una proceso complejo, que afrontando que algo es incierto sin más.Veamos, por ejemplo, los modelos matemáticos de Black y Scholes, que pretenden establecer una fórmula que permita valorar activos con una volatilidad extrema. Llegó un momento en el que el mercado asumió esa ecuación como infalible y evitó realizar evaluaciones. Y este mal uso de la medición provocó el derrumbe del sector financiero.
Medición o evaluación, la cuestión es que hablamos de cosas distintas. La evaluación suele ser incierta y eso, unido a la subjetividad asociada, nos incomoda. Nos sentimos más seguros aceptando el resultado numérico de una fórmula compleja que tratando de valorar algo incierto.
El dato simple como sustituto de valoraciones más complejas
En otros casos, lo que sucede es lo contrario. Cuando no es posible sustituir la incertidumbre por fórmulas complicadas que alimentamos mediante mediciones lo que se hace es recurrir a la simpleza de un dato, muy fácil de obtener e interpretar, como sustituto de una valoración que se antoja más compleja. Sirva este sencillo ejemplo, pongamos por caso un vaso de 330 ml de capacidad que contiene 165 ml de agua. Los datos son reales y es sencillo obtenerlos, pero puede que lo importante sea valorar, interpretar, si el vaso está medio lleno o medio vacío.
Hablemos de algo realmente complejo, por ejemplo, la eficacia del sistema educativo actual. Si quiere saber si el modelo educativo que tenemos es válido para sus hijos, la respuesta tras una valoración con algo de sentido común es negativa.
Nuestro sistema educativo actual se basa en medir la capacidad de los alumnos de adquirir conocimiento y la de repetir lo aprendido en una prueba que nos dice hasta dónde pueden llegar. El sistema parece no estar preparado para valorar toda una serie de habilidades y capacidades necesarias, como el pensamiento crítico, saber debatir o tomar la iniciativa, para las cuales no se han desarrollado herramientas o técnicas fiables de medición. Y por eso cuando quieren evaluar si el sistema educativo es eficaz se limitan a uno o dos datos y se gestiona para mejorar esos datos, para mejorar el resultado de las mediciones y no para afrontar los cambios que mejoren el sistema.
Así, se asume como mejoría el que la cifra de fracaso escolar disminuya o que el resultado del informe Pisa sea favorable, pero se desatiende lo verdaderamente importante que es si nuestra sociedad estará mejor preparada; si nuestros hijos han desarrollado las habilidades y capacidades necesarias para el futuro.
La simplicidad del dato lo convierte en el objetivo y no en una medida a tener en cuenta, que ayude en la tarea de valorar algo tan complejo como la validez de un modelo educativo en su misión de capacitar a la sociedad para el futuro. Y, como dice Goodhart, “cuando una medida se convierte en objetivo, deja de ser una buena medida”.
Y, no nos equivoquemos, esto no sólo sucede en tareas de gestión de nuestra sociedad (política), también en la gestión empresarial se dan situaciones de este tipo. Situaciones en las que perseguir un buen dato es el fin y no la consecuencia. Piénsenlo, cuando las cifras del balance se asumen como objetivo, cuando se decide con la intención de mejorar el balance y se olvida que el balance es la consecuencia de nuestras decisiones empresariales, de nuestra capacidad para asumir riesgo y de nuestra valoración del negocio y su escenario, estamos centrando nuestros esfuerzos en perseguir medidas, en lugar de gestionar la incertidumbre sentida y evaluar nuestra gestión.
El uso de los datos para valoraciones sesgadas
Pero si nos parece un error grave renegar de la incertidumbre y abrazar la complejidad o centrarnos en mediciones simples, peor es cuando las mediciones y los datos los usamos según nuestra conveniencia, para justificar valoraciones interesadas y sesgadas. Las mediciones se convierten en una herramienta a posteriori, para demostrar o provocar la aceptación de una valoración que se quiere presentar como objetiva, llegándose a rechazar de forma consciente datos no favorables o realizando interpretaciones poco útiles, pero llamativas. Veamos un ejemplo:
Dato: la deuda con Hacienda de los clubes de fútbol españoles equivale a 33 años de becas Erasmus http://t.co/j4MdAPGAfx
— Ignacio Escolar (@iescolar) enero 27, 2014
Por desgracia, esta dinámica se ha convertido en una práctica extendida y aceptada. Así que, si queremos ser buenos gestores, es mejor no caer en estas tentaciones, que dejan de lado la evaluación en favor de mediciones de dudosa utilidad. De lo contrario, se corre el peligro de que medir termine convirtiéndose en algo obsesivo y no en una herramienta que nos ayude a evaluar y tomar decisiones como consecuencia de los datos obtenidos.
Si este es su caso, es mejor hacerse con una pulsera FitBit que evaluar si precisa una dieta distinta, cambiar sus ritmos de trabajo o realizar ejercicio adicional. Al fin y al cabo, ahora controla multitud de parámetros de los que influyen en su salud, para qué preocuparse. Y si aún así no tiene suficiente, siempre puede recurrir a alguna fórmula compleja donde introducir las mediciones obtenidas y hacer los cálculos para tener una imagen fiel de su estado deseado. Después tranquilo, todo bajo control y adelante con lo de siempre.
Créditos de la fotografía: Tom Brown (licencia Creative Commons)
Javier Martínez Romero
En Twitter: @javisagan