Caos organizativo como base para innovar
Ya hemos visto que nuestras organizaciones funcionan como sistemas complejos. Y hemos destacado la importancia de establecer unas reglas básicas de acción (o interacción), que generen ese orden natural sin la necesidad de que emerja la figura del líder.
Pero hay un concepto que no hemos tratado y tiene especial relevancia: el caos y cómo el comportamiento caótico afecta y modela las organizaciones.
Una aproximación a la Teoría del Caos
Entender el impacto del caos es importante para poder desenvolverte en un sistema complejo. Y más cuando, desde pequeños, nos enseñan a evitar el caos y movernos en el hábito del orden.
La Teoría del Caos está basada en ciertos modelos matemáticos que intentan explicar los mecanismos del universo cuyo comportamiento no es racional, previsible y determinado, sino caótico y aleatorio. Esta teoría supone, que existe un orden oculto y, por ello, propugna una especial atención en los matices, diferenciaciones, irregularidades de las cosas más que en el orden y la regularidad. Sostiene que la realidad que conocemos es un continuo de orden, desorden, orden, … y que esa inestabilidad e imprevisibilidad no están determinadas por el observador, sino que son inherentes al sistema.
El comportamiento caótico es completamente universal y aplicable a muchos ámbitos. Ahí tienen el famoso “Efecto Mariposa”, que explica cómo el simple aleteo de las alas de una mariposa puede desencadenar un tsunami al otro lado del mundo.
Organizaciones inmersas en el caos
Los sistemas dinámicos se pueden clasificar básicamente en estables, inestables y caóticos. Un sistema estable tiende a lo largo del tiempo a un punto, según su dimensión (atractor). El ejemplo típico sería la órbita de un planeta. Por contra, el sistema inestable escapa de cualquier atractor.
Sin embargo, existe un tercer tipo de sistema, el sistema caótico, que manifiesta ambos comportamientos: por un lado, existen atractores de estabilidad pero también hay “fuerzas” que alejan de estos puntos de estabilidad. Como explican Briggs y Peat (1999) en su libro “Las siete leyes del caos”, un sistema – una organización, por ejemplo – tiende al estado de equilibrio pero, al encontrar un elemento perturbador, el sistema entra en un proceso de caos progresivo hasta alcanzar un punto donde debe decidir volver al punto de equilibrio (retroalimentación negativa) o empezar a auto-organizarse hacia un nuevo estadio (retroalimentación positiva). Recuerden las bandadas de estorninos y su dinámica de orden emergente. Y explican que “un sistema en perfecto equilibrio eternamente terminaría por colapsarse. Son necesarias pequeñas fluctuaciones del orden normal para que el sistema se mantenga estable. El orden crea tensión.”.
Lo interesante de este comportamiento caótico es, precisamente, que una mínima diferencia en las condiciones hace que el sistema evolucione de manera totalmente distinta. Es decir, la complejidad del caos no viene dada por el número de variables en juego, sino por la relación entre ellas: las relaciones son caóticas, no lineales. Pura dinámica de sistemas. Por tanto, los sistemas caóticos no son predecibles y, mucho menos, manipulables o controlables. La realidad organizativa se aleja de una secuencia lineal de causas y efectos; su estructura parece más bien un sistema de redes conectadas. ¿Por qué nos empeñamos entonces en enfrentar la complejidad practicando la adivinación con planes de negocio o viabilidad?
Dicen Briggs y Peat que lo que realiza el hombre al estudiar su mundo es tejer una realidad, construirla, ordenarla, abstraerla, intentar darle significado. Y debemos aceptar que esto es imposible. Pero aquí surge aparece una derivada interesante: al aceptar el comportamiento caótico, ponemos atención en pequeños detalles que pueden suponer cambios relevantes en el resultado final. Y en esa sensibilidad hacia los matices es donde surge la creatividad, la innovación y el cambio. Lo impredecible conduce a lo nuevo.
Créditos de la fotografía: Nick Wheeler en Flickr (bajo licencia Creative Commons).