El alfarero y el jardinero: dos enfoques contrapuestos

(Este artículo es una colaboración de Ángel Martín Oro. Artículo adaptado del original “El alfarero y el jardinero: dos enfoques contrapuestos”, publicado en Instituto Juan de Mariana)

Así a bote pronto, podríamos considerar dos grandes enfoques acerca del concepto de orden en la sociedad. A la hora de encarar un mismo problema, ya sea a nivel macroeconómico o en la gestión de una organización, estas dos visiones suelen estar enfrentadas.

El pensador –mucho más que economista- Friedrich Hayek expresó con gran claridad y brillantez ambas posturas en su conferencia de aceptación del Premio Nobel de Economía 1974, titulada “La pretensión del conocimiento”. El título, precisamente, describe la característica primordial de una de estas posturas: la del planificador o ingeniero social.

Lamentablemente, algunos modelos teórico-económicos convencionales proporcionan soporte a este enfoque, creando un mundo abstracto en el que la información relevante se conoce y apenas es necesario un simple ejercicio de optimización de los recursos existentes y conocidos. Frente a esta perspectiva, existe la alternativa de analizar la sociedad (la economía o las organizaciones) como un orden complejo y emergente, en continuo cambio y sometido a incertidumbre, formado por diferentes piezas, que son complejas a su vez. Por ello, y dado que el ser humano está lejos de la omnisciencia –y más aún de la perfección-, nadie puede acumular el conocimiento y la información precisas necesarias acerca de ese orden como para que pueda funcionar con éxito desde una guía única mediante mandatos coactivos. En esto tiene especial protagonismo el problema de la coordinación, una de las cuestiones más relevantes en economía.

Ambas mentalidades las describió Hayek muy gráficamente en su discurso del Nobel, estableciendo dos figuras: el alfarero (artesano en palabras del austriaco) y el jardinero. Mientras que el primero, disponiendo de unos determinados materiales, se afana en darles la forma que él establece con mucho cuidado y precisión, el segundo simplemente se encarga de proporcionar a las plantas un entorno favorable para su propio crecimiento. Hayek advirtió contra las actuaciones de los “alfareros” a nivel social, dado que éstas podrían producir efectos negativos netos sobre la sociedad, independientemente de las intenciones.

Estos enfoques no son meramente ideas abstractas sin consecuencias prácticas, sino que suelen impregnar las opiniones e ideas en los grandes temas. Pensemos, por ejemplo, en el problema de la falta de dinamismo innovador en nuestro país. ¿Qué se debería hacer? La respuesta del alfarero consistiría seguramente en dedicar más recursos públicos (inputs), poniendo el énfasis en el objetivo de aumentar el presupuesto a la partida de I+D+i en un X%. Electoralmente, parece atractivo. Pero solucionar un problema poniendo el foco en aumentar los recursos dedicados a nivel muy general (inputs), desdeñando los resultados (outputs), tiene pocos visos de éxito. Del mismo modo que los problemas de la educación en un país no se arreglan simplemente aumentando los recursos comprometidos.

Por otro lado, el jardinero estaría más preocupado en establecer de manera adecuada el marco institucional, en este caso el referido a los incentivos y obstáculos que existen en el entramado social, económico, legal y político para la innovación: cuestiones de derechos de propiedad intelectual (¿favorecen o perjudican la innovación?), de regulaciones que imponen excesivos e innecesarios costes, del nivel de impuestos sobre las actividades empresariales, del sistema educativo, etc. Una vez se proporciona un ambiente favorable, el jardinero esperará que surjan los frutos, más tarde o más temprano.

El alfarero utilizará sus herramientas para tomar medidas con el objetivo de “moldear” una parcela de la sociedad concreta según sus subjetivos criterios e información y conocimiento limitados. El jardinero, sin embargo, en un ejercicio del reconocimiento de sus limitaciones, preferirá conformarse con poner las condiciones que permitan a los individuos, siguiendo su propio interés, utilizar su particular conocimiento y capacidades para los fines que ellos consideren más oportunos y urgentes; lo cual, siempre y cuando el sistema cumpla con ciertos requisitos, debiera repercutir positivamente sobre el conjunto.

Estos diferentes enfoques también podrían aplicarse en el mundo de la gestión de las organizaciones. No obstante, seguramente sea conveniente introducir algún matiz, dado que ‘sociedad’ y ‘organizaciones’ están en distintos niveles: la primera incluye a muchas de las segundas, las segundas son parte de la primera.

Pero hasta aquí llega este artículo. Queda ahora para la reflexión del lector desarrollar las figuras que encarnan el alfarero y el jardinero en el ámbito de la gestión.

 

Créditos de la fotografía: The Greenery Nursery (bajo licencia Creative Commons)