El valor del balance contable en la gestión

Desde los trece años no ha cambiado mi autor favorito, Isaac Asimov. Me divertía mucho con las aventuras de Lucky Starr, el pirata del espacio, y además había escrito un libro que me fascinaba.
Me refiero a “Nueva guía de la ciencia”. Terminé regalando, cada año, un ejemplar a cada uno de mis dos mejores alumnos en matemáticas y física.

En este libro, recuerdo un capítulo que me llamó mucho la atención. Aquel en el que el maestro de la divulgación científica, el señor Asimov, explicaba cómo Albert Einstein había llegado a la conclusión de su famosa ecuación E=mc², parte de su Teoría de la Relatividad.

La cuestión que me intrigaba no estaba relacionada con la física o las matemáticas subyacentes, sino con el proceso lógico que había seguido Einstein. Es decir, si la famosa ecuación fue resultado de un proceso de reflexión sobre lo que observaba en la Naturaleza, que luego se matematizó o si, por el contrario, fue el resultado de una serie de cálculos, que llevaron a una ecuación cuya interpretación era sorprendente.

El balance, ¿aporta valor en la gestión?

Años más tarde, había vendido una empresa a capital riesgo y tuvimos que empezar a trabajar con algo en lo que nunca he creído, al menos en fases iniciales de una empresa: los balances contables. Y recordé mi duda con respecto a Einstein, al entender que el balance tenía dos formas de ser utilizado.

Una alternativa era la que proponían los analistas en el Consejo de Administración: las cifras y algunas pautas de gestión indican el estado de la compañía. De acuerdo con eso, se determinaba qué pasaba y se tomaban las decisiones oportunas conforme a lo que marcaban los libros de gestión tradicionales. Esta forma de gestionar asume un balance como una formulación de la situación de la empresa. Y a partir de ahí, se definen y se aplican las metodologías ortodoxas de gestión. Como resultado se obtiene otra formulación distinta, un nuevo balance que se vuelve a interpretar. Cuando se gestiona de esta manera se corre el riesgo de que, al final, el foco de atención sea el propio balance, la fórmula, y no la situación de la empresa y sus circunstancias. Se trata de trabajar como lo hubiera hecho Einstein, centrado en formular y hacer cálculos.

Personalmente, me costaba tomar decisiones cuya única argumentación fuera el balance, sus fórmulas y aplicación. Es decir, me costaba aplicar soluciones “de libro”, mi planteamiento era distinto. En sus primeros estadios, dirigir una empresa significaba marcar unas directrices que condicionan lo que hay que hacer. Consideraba el balance de poca utilidad en este contexto, porque no reflejaba ni tenía en cuenta esas directrices. El balance no era más que una representación simple y cuantitativa de la naturaleza de la empresa. Los consejos de administración no tardaron en convertirse en un problema, por no haber decidido desde el principio cuál era el planteamiento que debía imponerse. ¿Balance como motivo para la gestión o como consecuencia? Y me dí cuenta demasiado tarde.

Con el tiempo, he estudiado acerca de la gestión y este tema siempre ha sido prioritario para mí. Por eso, desarrollé el concepto de gestión relativa. Precisamente, para explicar y aprovechar cómo funciona la gestión basada en la intuición y el sentido común, en valores y directrices. Esa gestión que practicamos la inmensa mayoría, frente a una gestión basada en estados financieros y soluciones de manual.

No seré yo quien diga que la gestión analítica es inútil, ni mucho menos. Pero es preciso entender y explicar cómo mediante la intuición, el sentido común y los valores también se alcanza el éxito. Un éxito que después se refleja en ese balance.

Créditos de la fotografía: Simon Cunningham en Flickr (bajo licencia Creative Commons).

Javier Martínez Romero

Interesado en la gestión en entornos de incertidumbre, desarrollando el concepto de gestión relativa. Co-fundador de scalabBle. Siempre simplificando.
En Twitter: @javisagan

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